Cervera es dama madura y noble, orgullosa de sentirse admirada. Pasear por ella es pasear protegido por el señorío de sus soportales y degustar el aire puro y límpido. Cervera huele a monte, a río y a bosque, es ciudad y naturaleza, tradición y futuro.
Pierdo con deleite las horas ante el puente que lleva la carretera hacia Potes y el mar. Observo desde allí el discurrir del Pisuerga camino de la planicie mesetaria y comprendo que su rumor es un lamento afónico por la pérdida de las altas montañas, una despedida del paisaje quebrado para ir en busca del Duero en la tierra horizontal.
Más allá del puente, pasado Vañes, se esconden los pueblos encantados de la Pernía. Todavía vaga libremente por ella el oso, que la montaña palentina guarda severo respeto por la convivencia entre entorno salvaje y siglo XXI. Y si ya no hiela como en otros tiempos la vida sigue siendo dura en San Salvador, en los Redondos, en Lebanza.
Éstos son pueblos de bosque y piedra, nieve y fuego, envueltos en verdor y frescor, pueblos que acogen historias de amores y guerras de Reconquista y férreos monumentos religiosos que mezclan con pasmosa naturalidad románico, barroco, neoclásico y rococó. No puedo evitar que repiquetee en mi mente la áspera castellanidad de los nombres de estos lugares: Tremaya, Casavegas, Camasobres, Cantamuda, con su altiva y desafiante espadaña, Los Llazos… Nombres que traen memoria de luchas, de fronteras y repoblación medievales. Y Fuentecobre, surgimiento del Pisuerga, nacimiento casi de Palencia.
Subo hasta Piedrasluengas. Desde el mirador inmensos hayedos parecen alfombrarlo todo. Frente a mí, bajando por Valdeprado, tengo la Castilla de gestas marineras; a mi espalda, Castilla de campos de batalla; mar azul del cielo y mar de verde cereal en primavera. Nubes coronan el pétreo Peñalabra pregonando un peligro del que prefiero huir.
Vuelvo sobre mis pasos y regreso a Cervera. Sus casas de piedra, sus blasones y su iglesia me hablan de un pueblo con cimientos arraigados en los años, pero al mismo tiempo nuevos barrios, parques y edificios públicos anuncian una villa que no se detiene a admirarse en vano, sino que trabaja con firmeza y decisión. Late Cervera y el pico Almonga, cíclope protector, no se pierde detalle contemplando el ir y venir de sus gentes a los distintos anhelos de cada día.
Cervera es dama madura y noble, orgullosa de sentirse admirada, que huele a monte, río y bosque.
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