jueves, noviembre 17, 2011

El espantapájaros

Aquel era el más servicial espantapájaros que nadie hubiera jamás tenido. Su padre había sido un viejo jornalero, tuerto y encorvado, que disfrutaba de su jubilación cuidando de un pequeño huerto que las aves asaltaban con demasiada frecuencia. Había empleado toda una tarde y mucha paciencia en su elaboración. Había sacado del desván un viejo chaleco roído que alguna vez había sido gala dominguera, había tomado prestados unos pantalones pasados de moda y una camisa que alguien había colgado para secar, y había fabricado un falso sombrero de copa con una cartulina negra. Finalmente le había hecho una espléndida cabeza con una calabaza hueca. No sin cierto sarcasmo le había abierto una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos divertidos y profundos. Dos viejas escobas cruzadas le servían de armazón y le mantenían en pie. Todo ello fue convenientemente rellenado con paja de la mejor calidad. Decidió llamarle Julio.

Julio era muy feliz, cumplía su labor de sol a sol y por la noche descansaba, satisfecho de su trabajo. Gracias a su sonrisa profunda en pocos días se había hecho amigo de todos los pájaros de la comarca, que le apreciaban grandemente por su simpatía y bondad. Así que su trabajo era más bien escaso, porque todas las aves se habían puesto de acuerdo en no molestarle lo más mínimo. Solamente de vez en cuando algún despistado forastero osaba acercarse al huerto que Julio cuidaba. Entonces él agitaba de improviso sus brazos y sus piernas y el extraño se marchaba con susto enorme.

A veces, a la caída del sol se daba cuenta de que su trabajo era más bien monótono y tenía escasas posibilidades de promoción, que había nacido espantapájaros y como tal tenía que quedarse para siempre. Entonces le entraba algo así como una manchita en el ánimo, inclinaba su mentón de calabaza y parecía que se iba a deprimir. Cuando esto sucedía los gorriones avisaban a todas las aves que surcaban los cielos del lugar y le levantaban el ánimo con unos coros de trinos cuyo ritmo marcaban las cigüeñas con sus picos.

Un día llegaron unos titiriteros al pueblo, establecieron su tenderete repleto de colorines chillones a pocos metros del huerto de Julio y llenaron el aire de músicas alegres y exóticas. Por la tarde aquello se colmó de mocosos alborotadores y buscarruidos. Las risas y los aplausos de los niños ahogaban las carcajadas de Julio, que jamás había visto algo semejante. Especialmente le llamaba la atención un muñeco joven y vital, aventurero y donjuán, que al parecer había disfrutado de un sinnúmero de aventuras en sus viajes por medio mundo. Su bigote espeso y su cabello ensortijado atraían a todas las lindas mujeres que compartían el escenario con él.

Y Julio sintió envidia de sus aventuras. Él también quería ir por países lejanos, conocer todos los puertos del mundo y cantar alegres canciones de amistad y camaradería en las tascas. Él también quería combatir a los piratas en los siete mares y liberar a hermosas princesas de las garras de los más odiados dragones. Sintió entonces que no era nada, que nada podía y que no tenía futuro allí, encadenado al suelo por el palo de escoba que formaba su espina dorsal. Sus ansias de libertad imposible le llevaron a deprimirse seriamente y a no mostrar interés por su trabajo. Ni sus amigos los pájaros, que organizaron hermosos exhibiciones de gorjeos, lograron que levantase su ánimo y saliese de su decaimiento. Finalmente todas las aves de la comarca se reunieron en asamblea y decidieron ayudar a su amigo.
Julio creyó que le iba a dar algo cuando de pronto vio a tantas bandadas posarse en el huerto. Agitó y agitó sus brazos pero no consiguió asustar a nadie. ¿A qué venía aquello?, ¿por qué esa invasión? Sus alados amigos le tranquilizaron y uno a uno fueron arrancando a picotazos la paja que rellenaba su ropa. Julio, asustado a pesar de todo, adelgazaba y adelgazaba, se estaba quedando en los palos de escoba. El último gorrión acabó su tarea a la caída del sol, justo cuando la brisa de todas las tardes empezó a hinchar los pantalones y la camisa de Julio. El vientecillo, que estaba también en la conjura, se transformó en fuerte ventolera y el espantapájaros fue elevado por los aires.

Allí arriba se sintió el más feliz de todos los habitantes de la comarca, allí era libre, allí podía soñar y cantar y bailar y sentirse capitán de un rápido navío. Llevado por el viento hasta el puerto más aventurero del mundo, hizo muchos amigos y se enroló en un barco que al día siguiente tenía previsto explorar el arco iris del uno al otro confín.

1 comentario:

  1. Hola: estoy escribiendo un libro para primer grado y me gustaria utilizar su cuento, que me encantó. Será eso posible? Espero su respuesta a chackielruth@yahoo.com.ar
    saludos cordiales

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