jueves, diciembre 29, 2011

Con el tabaco en el bolsillo

Aquella debía ser la ocasión que había buscado toda mi vida. Todos mis seres queridos me rodeaban, todos me miraban, todos estaban pendientes de lo que yo fuera a decir o hacer, la de besos que recibí. Si alguna vez hubiera buscado el protagonismo aquel debía ser el día. Era una felicidad tenerlos todos conmigo. Me sentía realmente satisfecho, todos en mi casa, todos mostrándome su cariño, su afecto o su aprecio, según los casos, según la relación.

Yo me sentía a gusto, relajado. Me había puesto mi mejor traje y mi corbata favorita, la de las grandes ocasiones. Palpé mi bolsillo y comprobé aliviado que la pipa y el tabaco estaban donde siempre. Aunque últimamente está mal visto fumar en público, vivimos en una sociedad que se preocupa de estas cosas más que de los accidentes de tráfico, yo siempre he tenido a mi lado mi tabaco. Y además estaba en mi propia casa.

La conversación decaía, siempre oscilando entre lo malo que hace para las alturas del año en que estamos y qué tiempos aquellos cuando éramos más jóvenes. Hay que ver lo monótonas y repetitivas que pueden ser algunas situaciones. Bueno, si aquello se  prolongaba demasiado siempre podía sacar el tema de la siguiente jornada de liga para ver si se animaba la concurrencia. El asunto del fútbol siempre dinamizaba mucho las reuniones y seleccionaba los interlocutores. Además, siempre era menos peligroso que hablar del gobierno.

Llegada la hora todos nos levantamos y salimos juntos. Me extrañó que cogiéramos un coche para ir a la parroquia, con lo cerca que estaba. Creo que alguien dijo que era por lo malo que hacía. Era un coche muy elegante, seguramente de un buen amigo al que siempre le gustaron los vehículos de alta gama. Era cierto que hacía frío, desde luego yo lo tenía, especialmente en los pies, aunque me había puesto los zapatos de invierno, los de suela gruesa.

Concluida la liturgia volvimos al coche y nos fuimos al campo, el aire libre siempre me había atraído mucho, ya ni me importaba la sensación de frío que continuaba apoderándose de mí. Me distraje repasando la cara de todos los que andaban por allí. Se acercaban, me miraban con curiosidad y desaparecían, dejando el sitio a otro. Algunos allegados, varios vecinos y mis familiares más cercanos se asomaban con emoción y curiosidad. La cosa empezaba a ser tan monótona que pensé en echar mano de mi tabaco y salirme a fumar. De pronto alguien entonó una oración, enseguida cerraron la tapa. La oscuridad fue total y empecé a notar que la tierra caía encima. Sólo entonces noté que alguien lloraba. Que alguien llevaba muchas horas llorando.

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