Cuando me acuerdo de ellos siempre pienso que jamás había conocido una amistad tan intensa, que jamás había visto a dos amigos compartirlo todo durante tanto tiempo. Eran tan inseparables que ver a uno de ellos indicaba que el otro estaba cerca. Emilio siempre pensaba que las grandes amistades como la suya se basan simplemente en compartir pequeñas cosas, las cosas insignificantes de todos los días, que no es necesario realizar ninguna heroicidad para ganarse el cariño del otro, que basta la compañía cotidiana, que basta saber que el otro está ahí por si lo necesitas. Su amistad era de ésas, perenne.
Se conocían y se complementaban perfectamente, lo que les llevaba a quererse y respetarse profundamente. Habían compartido emocionantes partidos de fútbol desde el sofá del salón y nostálgicas puestas del sol desde los tesos que coronaban las bodegas del pueblo. Juntos habían dado largos paseos por el pinar, contemplando durante largas tardes de verano como el Pisuerga se resistía en vano a entregarse al Padre Duero, e incluso habían ido juntos de caza en multitud de ocasiones. La caza, cuánto les gustaba la caza, cuánto les unía la caza.
Claro que ambos habían tenido sus correrías individuales, pero eran discretos y cuando alguno de los dos tenía alguna aventura amorosa el otro sabía desaparecer sin llamar la atención. Emilio era más abierto a nuevas experiencias, era más independiente y con frecuencia conocía a chicas nuevas que le sorbían el seso durante una temporada. Al cabo de unas semanas todo acababa y los dos amigos reanudaban su relación sin que aparentemente su amistad hubiera sufrido. Hasta que llegó Clara.
Clara significó un antes y un después, fue la primera vez que Emilio se enamoró sinceramente y la primera vez que una chica joven y atractiva le abandonó. No hubo explicaciones, no hubo razones, simplemente Clara se había divertido y con el final del verano se marchó de nuevo a la ciudad y desapareció para siempre. Lo mismo que Emilio había hecho en diferentes ocasiones, sólo que era ahora su corazón el que había quedado roto. Y como tantas otras veces al quedarse solo pensó en su amigo y fue a buscar consuelo en su compañía.
Sabía que no iba a tener que darle explicaciones, no se las iba a pedir. Salieron lentamente del pueblo y caminaron por encima de las bodegas, esperando el momento siempre mágico de la puesta del sol, pero aquella tarde debía ser traicionera y parecía no querer despedirse nunca. Bajaron hasta el Pisuerga y pasearon por el pinar. Siempre juntos, siempre en silencio. Ambos se tumbaron cuan largos eran junto a uno de los pinos más frondosos, se miraron a los ojos durante unos eternos segundos y Emilio acarició la cabeza de su amigo. Se le erizó el vello.
Todo pareció olvidarse cuando comenzó de nuevo la temporada de la caza. La vida feliz comenzaba para ellos con la caza, cómo lo disfrutaban, cómo se felicitaban mutuamente por los éxitos respectivos. Qué unidos se sentían con la caza. Aquello era otro mundo, aquello hacía que el verano de Clara fuese una gota de amargura en un océano de felicidad. Cuando finalizada la jornada ambos volvían a casa se sentían felices, se sabían miembros de un mismo equipo, satisfechos de haber compartido una jornada intensa, repleta de emociones y de triunfos.
Todavía helaba cuando se acabó la temporada. La escarcha resaltaba el camino al pinar, pero a ninguno les importaba, aquél parecía ser otro paseo más, uno de tantos paseos junto al río. Cuando llegaron Emilio se volvió a su amigo y casi sin mirarle le puso una cuerda alrededor del cuello. Él le miró expectante, seguramente se trataría de un nuevo juego y le dejó hacer para saber en qué consistía. Emilio empezó a tirar. Lupo no entendía el juego, aquello le hacía daño, le apretaba el cuello, apenas le dejaba respirar. Intentó reiteradamente buscar el suelo con sus patas traseras, pero lo único que consiguió fue empeorar las cosas. Su mirada se fue nublando lentamente, mientras veía alejarse a su amigo.
Me encontré a Emilio en el bar del pueblo y le pregunté por el perro.
- En el pinar estará, le dejé esta mañana tocando el piano. Ya no me valía pal año que viene.
Estremecedor relato. Lamentablemente, el asunto parece tomado de la vida real.
ResponderEliminarEste relato es verdaderamente entristecedor.
ResponderEliminarEs espeluznante y lamentablemente real.
ResponderEliminarGracias, anónimo comentarista. Lamentablemente es real, muy real.
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