El primer dinero que tuve me lo gasté en ir a París. Yo solo. En tren. En litera desde Venta de Baños. Había leído tanto sobre la capital de Francia que recién independizado de mi casa, con mi primer verano como empleado por delante, me fui a París.
Era algo que sin saberlo me había prometido desde que descubrí que mis dificultades con Matemáticas o Química se compensaban con mis habilidades para Literatura o Francés. O quizá me lo prometí cuando traduje Boule de Suif o con aquella disertación en Francés durante la carrera… Desde entonces amé Francia, su cultura, sus personajes, sus ríos, sus canales, Víctor Hugo y los arrondissements.
Nada más pasar la frontera algo había cambiado, el aire y el ambiente ya no eran los mismos; la ordenación de calles, pueblos y paisaje era más armónica, el sonido y el silencio no eran agresivos, el sol llegaba como si estuviera tamizado por un velo de serenidad. Y decidí hacerme francófilo.
En París paseé con inevitable aire pueblerino por la Rue Saint Severin, crucé veinte veces el Sena, sentí ganas de tumbarme en el suelo de Nôtre Dame y perderme eternamente por sus bóvedas, extasiarme en las vidrieras e inventar mil historias de ángeles y demonios, de cruzados y sarracenos. Creo que quise subir y buscar a Esmeralda cuando por fin sentí hambre y hube de salir a la calle. Luego vinieron el boulevard Saint Michel o el museo de Orsay, sí Orsay antes que El Louvre.
Ahora París está nevado y con un gesto de sorpresa el trasporte se ha detenido; los ateridos ciudadanos se refugiarán en los cafés mientras piensan en Benidorm y la torre Eiffel cubierta de blanco se habrá convertido en el mejor reclamo navideño para las galerías Lafayette. Con la nieve Esmeralda y el jorobado se abrazarán para darse calor, el comisario Maigret buscará refugio en su acostumbrado calvados y Toulouse Lautrec dejará de perseguir a mujeres de vida alegre para esconderse detrás de la estufa. Por el barrio latino que tanto amé los turistas caminarán con extrema precaución y al sol le costará encontrar un resquicio por el que colarse entre esquinas y callejuelas para combatir la nieve. París es hoy una melancolía blanca en la que mi juventud se refugia para hacerle un guiño nostálgico al presente.
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