¿Por qué no hay pastillas que sepan a Fuentecobre o píldoras con sabor a vista cenital sobre los valles del Cerrato? La mía sabe a rayos pero me la tomo de un trago, no vaya a ser. Por la ventana veo caer el hielo sobre la meseta y hasta Fermín debe asustarse, me mira inquisitivamente y por fin se acurruca a mis pies. Enfrente, la chimenea chisporrotea e interpreta algún tipo de monótona danza que me cansa y me aturde.
Cierro los ojos y entre las llamas surge Ava Lavinia Gardner envuelta en un mal disfraz de bailarina española. Avanza, ingrávida, cobrando vida ante los espectadores del viejo cine Savoy. En un Venta de Baños todavía en blanco y negro el cine Savoy es el mejor refugio cuando cae la tarde, el tiempo para los transbordos suele ser largo y las calles nunca fueron muy animadas en un pueblo trabajador con más trenes a la capital que metros en Madrid.
Además del sorprendido viajero, en los duros asientos de la platea un centenar de mozalbetes alborotados y alguna pareja de novios sin mejor ocupación presencian el programa doble de los lunes. El viajero no lamenta haber perdido el tren anterior; una satisfactoria partida de cartas con varios lugareños tuvo la culpa y ahora tiene que esperar al correo de la noche. El cine es la mejor alternativa para que las horas pasen más deprisa.
No se relaja y, a pesar de que desde la pantalla Ava le mira insistentemente y se le insinúa sin mucho pudor, lleva su mano al bolso interior del abrigo con frecuencia. Tiene mucho oficio y de la partida salió con un fajo de billetes que en principio no era suyo. No se fía de nadie, desearía gastárselo con la famosa actriz, aunque le costase perder otro tren y otro día, pero no se atreve a hacer ostentación de su dinero ante aquellos adolescentes que gritan obscenidades a cada caída de ojos de la protagonista.
Al final se derrumba, cede a los instintos y le devuelve un gesto de picardía a la condesa descalza; poco después del “THE END” salen juntos del brazo y tras unas miradas nerviosas y huidizas se pierden en la niebla entre la envidia y la algarabía de la muchachada. Luisa, la del ambigú, dice que es lo que le faltaba por ver en esta época, ande vamos a parar, Señor.
Se ve que no conocen el lugar y se dirigen, bien torpemente, lejos del centro, nada van a encontrar por esa calle oscura y solitaria salvo la muerte. No van a tener tiempo de disfrutar del dinero, un famoso torero español, embozado y emboscado, acabará de un navajazo con el ventajista junto a la fonda de “El Riojano” y se llevará a la chica y los billetes a Madrid. Como nadie conoce al viajero su último viaje será al cementerio local, Recesvinto desde su basílica será testigo.
¿Por qué no harán pastillas con sabor a La Ojeda en otoño, por qué no habrá calmantes que trasmitan la serenidad del Pisuerga bajo el puente de Tariego?
¿Por qué no harán pastillas con sabor a La Ojeda en otoño, por qué no habrá calmantes que trasmitan la serenidad del Pisuerga bajo el puente de Tariego?
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