lunes, agosto 11, 2014

Un ciego en el cine Capitol: 12, La zorra y las uvas

Estimada señora doña Nicole Kidman:
En un momento de mortal aburrimiento, y mientras pregono inútilmente mis cupones en las vacías calles de este tórrido verano, me viene usted a sacar de este mortal tedio estival con unas declaraciones “too cool” que me ayudarán a superar más fácilmente esta dolorosa temporada en que el Capitol está cerrado mientras una cuadrilla de obreros mal pagados y semidesnudos intentan, yo digo que inútilmente, eliminar la plaga de cucarachas que últimamente nos corrían entre los pies, con gran susto de todos, especialmente de las señoras. Gracias por ello.



Y es que uno tiene la inevitable inercia de creer que aquellos a los que acompaña el éxito social y son admirados por una inmensa mayoría de humanos (En el caso de usted yo no, conste) son felices sin que nada les falte, mientras desde lo alto de su pedestal observan a los mortales con una elegante sonrisa de superioridad.

Pero usted ha venido a poner las cosas en su sitio cuando ha dicho que ya no liga un pimiento (que no se jala un rosco, decíamos de chavales) y que “No es que los hombres se den prisa por cortejarme”. Al principio pensé que sus palabras eran un bálsamo para mi espíritu (Por aquello del mal de muchos: yo tampoco ligo na de na, vaya por Dios). Claro que en mi caso está justificado, para qué voy a disimular: pasadito de años, de kilos y con mi cuero cabelludo en estado desértico no estoy para muchos trotes, la verdad. Además, lo de la ceguera, aunque al principio despierta un poco de curiosidad, no ayuda mucho y el personal femenino, con la excepción de la Puri, se retrae un montón. Pero yo no voy por ahí diciéndolo en público, dando cuatro cuartos al pregonero para que anuncie mi disponibilidad a los cuatro vientos, mostrando en la prensa mi desesperación para ver si surge algo. Se le ha visto el plumero, señora.

Pero luego como miembro varón de la especie humana me sentí aludido, cargado de responsabilidad y señalado por su dedo acusador como culpable de su sensación de abandono y desánimo moral. Usted no liga y, claro, culpa a los hombres, entre los que me incluyó la naturaleza hace demasiados años. Hete aquí que me veo en la necesidad de defenderme.

Vamos a empezar por el principio: Y a mí qué si usted está más sola que San Simeón el estilita. Desde luego no cuente conmigo. Demasiado escuchimizada, lánguida y paliducha para mi gusto, se encuentra demasiado lejos de mi tipo de mujer ideal. Sinceramente, no haríamos buena pareja, yo soy bajito y un poco cabezón; usted, alta y espigada; yo, moreno renegrido total; usted, del color de la leche desvaído. Íbamos a llamar mucho la atención en un teórico paseo por la calle Mayor de mi pueblo. Además tiene usted el aire de ser una persona demasiado fría y calculadora, demasiado nórdica en el peor de los sentidos, lo siento, paso.

A lo peor es que soy un tanto melancólico y me he quedado anclado en el cine de mi infancia, pero las actrices de las que he estado enamorado (excepto Brigitte Bardot, pero fue un caso aparte durante mi más salida adolescencia) eran mujeres de verdad, no muñecas de porcelana que uno pudiera temer romper en mil pedazos. Sinceramente, y ya siento ser tan directo, no hay comparación posible entre usted y estrellas como Lauren Bacall, Katherine Hepburn, Audrey Hepburn o Ava Gardner. No digo nada de Doris Day porque en mis mejores sueños la he confundido con mi propia madre, de respeto que la tenía.

Y luego está lo del nombre: Nicolasa. Porque, desengáñese, en el pueblo todos la iban a llamar Nicolasa, lo que, aparte alguna canción festiva y bullanguera, trae consonancias que no le iban a gustar nada en cuantito fuera consciente. Quizá Nicole quede muy cosmopolita y muy fardón, pero Nicolasa ya no; sinceramente, en mi pueblo ya no queda nadie que se llame Nicolasa, a la última se la llevó la corriente cuando iba al río a lavar la ropa de sus ocho churumbeles.

Otro tema importante y que me molestaría mucho sería cómo luchar contra todas las miradas que se le iban a clavar en su cuerpo cada vez que fuéramos a la piscina municipal (no sé si está usted por lo de las piscinas públicas, pero es que no tengo otra), seguramente terminaría por mosquearme y volvería a casa enfrentado con todos los bañistas y habiéndolo pasado muy mal. Los ciegos no vemos, pero no somos tontos y generalmente andamos muy bien de lógica.

Mire, ni siquiera lo de su dinero me afecta, sé que acaban de pagarle 95 millones de euros simplemente por poner la voz (desde luego debe ser deliciosa, coño) al personaje de una bruja (¡vaya casualidad!) en “Crónicas de Narnia”, la nueva peli de Disney. Escribo la cifra con letra para acabar antes y porque ya no me va quedando espacio suficiente. Pero y qué, yo también me gano la vida hablando en público, pregonando a los cuatro vientos mis cupones para hoy, y ni me cotizo tanto ni presumo de ello. No tengo su mansión ni sus joyas ni sus ropas, pero no echo nada en falta, ni siquiera ligar. Me basta con lo que tengo.

Además, dice la Puri que la que íbamos a armar cada vez que fuésemos en la Diligencia, la de gente que iba a aprovechar sus bancos corridos para sentarse demasiado cerca de usted. Y aunque descubro en su voz cierto asomo de celos o de envidia creo que no deja de tener razón.

Hala, a buscar a otro, que ni el Tom ni yo estamos para usted, buena señora.

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