Tiene que haber sido la Semana Santa, tiene que haber sido la procesión del Dolor que acababa de ver pasar por debajo de mi balcón, tiene que haber sido el silencio espeso y noble con que el pueblo castellano envuelve sus sentimientos ante el desfile continuado de las grandes tallas que narran la Pasión, tal vez fuera demasiado tiempo al frío de la meseta.
Me he vuelto a encontrar a mi tía Laura que murió hace ya tantos años. Simplemente estaba en el mismo lugar que ocupaba aquel sillón en el que tantas tardes de otoño yo la veía fumar con extrema elegancia aquellos cigarrillos tan largos y delgados. Estaba de pie, con la barbilla casi apuntando al horizonte y la mirada altiva como siempre. Sólo cuando yo entré en el viejo salón que ya había recogido mis juegos infantiles tanto tiempo atrás, ella entornó los ojos, clavó la barbilla en el pecho y su rostro adquirió aquel halo de tristeza que yo recordaba de cuando murió tío Eduardo.
No sé por qué no me sobresalté, una sensación de normalidad me invadió y me ganó por completo, mi corazón apenas se aceleró. Detuve el paso y enseguida tuve la impresión de que mi tía quería llorar, ignoro si llorar entra en las posibilidades de un muerto, ignoro qué cosas puede un muerto hacer con su cuerpo. Pero mi tía Laura quería llorar, su cara lo demostraba con claridad, me miraba irradiando una inmensa sensación de tristeza.
- Es la bula, hijo mío, es la bula de Semana Santa. Llevo todos estos años esperando a que alguien pague la bula que dejé a deber, sólo así podré seguir mi camino. Comí carne en un viernes de cuaresma y prometí pagar la bula, ya sé que ahora no sabéis qué es eso, pero tienes que pagar la bula por mí. En nuestra casa siempre hacíamos caso de las enseñanzas de la Iglesia, pero aquella vez dejé la bula por pagar. Tienes que pagarla por mí para que pueda seguir adelante.
Atropellados recuerdos me atolondraron la cabeza, recuerdos de tiempos ya lejanos y olvidados en que en mi castellana tierra las gentes se abstenían radicalmente de comer carne “cuando lo manda la Santa Madre Iglesia”, mandamiento que era seguido en masa por todos en una sociedad católica y franquista al unísono, salvo por aquellos que disponiendo de una cierta capacidad económica podían, según privilegio papal, pagar el derecho a comer carne.
- Que se jodan los pobres y coman pescao aunque tengan dos gallinas en el corral -recuerdo que decía el tío Eduardo, siempre tan irónico, siempre tan descreído.
No llamé al ascensor, bajé los cuatro pisos lentamente, con las manos en los bolsillos y preguntándome qué habría pasado si hubiera intentado dar un beso de despedida a mi tía. Sujetándome la bufanda de los atques del viento abrileño me acerqué a la parroquia de San Salvador, llamé y José Luís me abrió sorprendido, preguntándose qué ocurría para que llegara antes de la hora del café. No recuerdo lo que le dije, pero llamamos a una empresa de pizzas a domicilio, pedimos una familiar de cuatro quesos y pagué la bula de tía Laura.
Seguro que tío Eduardo me guiñaría un ojo allá donde estuviera.
Interesante blog. Prometo volver. Saludos...
ResponderEliminarSiempre es bueno encontrar algo de literatura vertida en Internet.
ResponderEliminarEstoy agradecido por ese motivo y por los sentimientos descriptos en el cuento.
EL CIPAYO
Muy interesante tu cuento. Hablas de reencuentros quizás anhelados.
ResponderEliminarMe gustó tu blog.
Felicitaciones.