lunes, agosto 11, 2014

Un ciego en el cine Capitol: 07 La caída del imperio castellano

Querido ciego:
Como te prometí he vuelto, cuando arrecia el frío y el aire se revuelve, por mi pueblo de la llanura –Castilla, dicen que alguien dijo, es la línea horizontal- en el que tantos veranos pasamos de pequeños, para observar su lento agonizar, su eterno huir del futuro, su negación del mañana. Cumplo con el ánimo encogido y entristecido con la obligación que me impuse de contarte cómo están las cosas y cómo el tiempo parece pasar por aquí más rápida y violentamente que en otros lugares más prósperos. Ciertamente que aún se mantienen, entre orgullosas volutas de humo que se elevan pretenciosas y algunas decrépitas persianas que nunca volverán a subir, numerosas casas de familias empeñadas en labrar su futuro en las entrañas de los campos de tierra, Tierra de Campos, campos de una Castilla que no se resigna y se eleva en Gredos y en Guadarrama para alcanzar el cielo en los Picos de Europa. Castilla es también la línea quebrada, donde las águilas vigilan, donde las nieves guardan los inviernos.

Confieso que soy débil y melancólico y la vieja osamenta del abandonado cine me ha impresionado. Aquel cine que tantas veces me abrió sus acogedores brazos hechos de sueños e ilusiones resiste aún en pie en la plaza del pueblo, soportado por las mismas columnas de siempre, envejecidas por el viento y la lluvia, aunque ya nadie espera impacientemente a que se apaguen las luces para dar la última chupada al cigarro y entrar apresuradamente sólo un instante antes de que empiece el NODO. Aquella taquillera tan pálida y siempre tan de gris que parecería sacada de una película en blanco y negro si no fuera por sus labios violentamente rojos es ahora una jubilada feliz y dicharachera que cuida de un pequeño huerto y sueña con que el Inserso la lleve quince días a Marbella o Benidorm.

Aquel viejo cine de nuestra infancia es un perenne recuerdo del paso del tiempo, de las horas que engañábamos a la realidad creyendo que éramos la última resistencia de la civilización ante la invasión de fuerzas ajenas a este mundo. Cuántas horas perdí, una y otra vez, camino de la escuela o de vuelta de la casa de alguna novieta, conversando con los personajes de ilusión que habitaban sus carteleras, cuántas tardes de aburrido invierno apuré asomado al respaldo de la butaca de delante, recorriendo con mi mirada lejanos horizontes de grandeza, o luchando solo ante el peligro para defender Fort Apache.

A veces los hieráticos héroes que en sus carteleras aparecían obstinadamente inmóviles cobraban vida a la vuelta de un par de esquinas y me acompañaban esquivando flechas y sorteando animales antediluvianos hasta la puerta de la escuela de Don Prudencio. A mí, don Prudencio, con su pequeño cuerpecillo y su eterno malhumor, siempre se me parecía al alcalde de “Bienvenido, mister Marshall”, pero más urbano y con bigote.

Que yo recuerde ni siquiera James Bond, con todo su valor y con toda su arrogancia, me escoltó hasta mi pupitre, sólo Katharine Hepburn, que siempre fue radical e inconformista, se atrevió a entrar conmigo a clase, aunque más de una vez su habitual nerviosismo e indiscreción hicieron que termináramos los dos sin recreo y de cara a la pared. La verdad es que el que se empeñara en llevar pantalones a todas horas, en aquella España de los años sesenta y pocos, no ayudó mucho en aquella ocasión. Los chicos de nuestra clase no se creyeron que fuera una importante actriz de Hollywood y se reían de ella, aún recuerdo que tú me preguntaste que dónde iba con esa marimacho. O, tempora; o, mores.

He vuelto, con este enero de frío y lluvia, a mi pueblo de la llanura, donde se desvanecían los nombres de las chicas que amé, donde tristemente se evaporó mi futuro; he recorrido las mismas calles que llevaban hasta mi casa y me ha impresionado el abandonado silencio de los soportales de nuestra calle Mayor, ahora más vacía y melancólica que nunca. Ya se sabe, hoy los pocos niños que van quedando prefieren aburrirse y ver la televisión que jugar a dibujar héroes y monstruos con el aliento congelado.

Aunque el viejo cine sigue en pie, esperando a que sea rentable echarlo abajo y levantar en su solar una residencia de ancianos, todo ha cambiado en el pueblo. La vieja herrumbre de los corrales y este frío estepario son los mismos de siempre, pero nunca había observado como ahora la carencia de futuro planeando sobre el casco urbano, la pesadumbre instalada en las esquinas y la desesperanza vigilando la vaciedad de la Plaza Mayor desde los cerros.

Me despido y te envío un fraternal abrazo, hay un hueco entre dos tablones por el que voy a intentar entrar por si entre los restos de la platea quedase vagando la sombra evanescente de Ava Gardner envuelta en hojas de palmera, como en aquella película que tanto te gustaba, o por si un rayo de luna me devuelve a mi Katharine de siempre, con la que formar un dúo rebelde y ácrata que luche por restablecer el pundonor de esta tierra y devolver la vida a esta Castilla que parece irremisiblemente condenada a desaparecer.

Hasta siempre, si tardo manda que me busquen en el antiguo patio de butacas del cine de mi pueblo.

1 comentario:

  1. Anónimo9:10 a. m.

    Muy bien. Castilla entera como debe ser, incluyendo Toledo, Guadalajara, León, Cuenca, La Rioja, claro Madrid, y la Provincia de Santander.
    Los Estatutos de Autonomía: son otra cosa. Castilla entera y Partido Castellano PCAS para resurgir.

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